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martes, 19 de septiembre de 2017

Com­ba­te de las ama­zo­nas








Es­cue­la fla­men­ca del siglo XVII. Des­pués de RU­BENS, Peter Paul (Ale­ma­nia, 1577 – Bél­gi­ca, 1640)
“Com­ba­te de las ama­zo­nas”.
Óleo sobre cobre.
Marco de época adap­ta­do.
Me­di­das: 73 x 98 cm; 100 x 123 cm (marco)
Esta obra es una copia, a menor for­ma­to, del óleo sobre tabla pin­ta­do por Ru­bens entre 1616 y 1618, ac­tual­men­te con­ser­va­do en el Alte Pi­na­kot­hek de Mú­nich. Ade­más, la com­po­si­ción apa­re­ce in­ver­ti­da, lo que nos in­di­ca que el autor tomó como mo­de­lo un gra­ba­do de la obra, y no ésta de pri­me­ra mano, si­guien­do una prác­ti­ca ha­bi­tual entre los pin­to­res de la época. Dado que el cro­ma­tis­mo tam­bién varía, aun­que se man­tie­ne den­tro de una pa­le­ta tí­pi­ca­men­te ru­be­nia­na, po­de­mos con­fir­mar esta teo­ría.
“El com­ba­te de las ama­zo­nas” es una de las gran­des obras maes­tras de Ru­bens den­tro de la pin­tu­ra de ba­ta­llas, y se debió a un en­car­go de Cor­ne­lis van der Geest, co­mer­cian­te de Am­be­res que tam­bién había par­ti­ci­pa­do en el en­car­go de “La erec­ción de la cruz” de la ca­te­dral de dicha ciu­dad. Van der Geest era un ex­per­to co­lec­cio­nis­ta, y en­car­gó a Ru­bens la obra para que ocu­pa­ra un lugar de honor den­tro de su ga­bi­ne­te de pin­tu­ras.

Ru­bens re­to­ma el tema clá­si­co de la ama­zo­no­ma­quia, y plas­ma la vi­to­ria de los ate­nien­ses de Teseo, iden­ti­fi­ca­do por su casco de plu­mas en la parte su­pe­rior de­re­cha (iz­quier­da en el ori­gi­nal), ante el ejér­ci­to de las ama­zo­nas, en­via­do por Hi­pó­li­ta desde Asia Menor. La reina de las ama­zo­nas apa­re­ce junto a Teseo, tam­bién con casco em­plu­ma­do. La ba­ta­lla ha­bría te­ni­do lugar en el río Ther­mo­don, por lo que Ru­bens sitúa el en­fren­ta­mien­to sobre uno de sus puen­tes. Aun­que esta te­má­ti­ca fue fre­cuen­te en el pe­rio­do ro­mano, es­pe­cial­men­te en los sar­có­fa­gos, no lo fue en ab­so­lu­to en el arte re­na­cen­tis­ta. Por otro lado, el es­pí­ri­tu ne­ta­men­te ba­rro­co de Ru­bens nos mues­tra la lucha con vio­len­cia, di­na­mis­mo y pa­sión, ale­ján­do­se de la con­ten­ción clá­si­ca y crean­do un nuevo en­fo­que para esta te­má­ti­ca. El maes­tro en­la­za los ca­ba­llos, los ji­ne­tes y los sol­da­dos de a pie como si se tra­ta­se de una ola hu­ma­na de vio­len­cia. Des­ta­can es­pe­cial­men­te las fi­gu­ras de la es­qui­na iz­quier­da (de­re­cha en la tabla de Ru­bens), donde vemos a una ama­zo­na que cae al río, se­gui­da por su ca­ba­llo, en con­tras­te con su com­pa­ñe­ra en la ori­lla opues­ta, que lucha bra­va­men­te con­tra un ate­nien­se que apa­re­ce a su es­pal­da. Esta ten­sión, mag­ní­fi­ca­men­te lo­gra­da, di­fí­cil­men­te podía ser su­pe­ra­da por los ar­tis­tas de la época, por lo que la obra se con­ver­ti­rá en un ar­que­ti­po del ba­rro­co. De hecho, in­clu­so el pro­pio Ru­bens re­to­ma­rá esta com­po­si­ción más tarde, como base para su re­pre­sen­ta­ción del “Com­ba­te en el Puen­te Mil­vio” de la serie de ta­pi­ces de Cons­tan­tino.

Baile de máscaras en el Liceo







CUSÍ FERRET, Manuel (Vilanova i La Geltrú, Barcelona, 1857 – Barcelona, 1919).
“Baile de máscaras en el Liceo”.
Óleo sobre lienzo.
Firmado en el ángulo inferior izquierdo.
Medidas: 60 x 46 cm; 84,5 x 71,5 cm (con marco).

Destacado exponente de la escuela realista catalana, Cusí fue uno de los más brillantes cronistas de la vida cotidiana de la Cataluña del siglo XIX. Estudió en la Escuela de La Lonja de Barcelona y completó su formación en París, a finales de los años setenta, en el taller de Leon Bonnat. De regreso a España se dedicó a la pintura de diferentes géneros, abarcando la naturaleza muerta, la figura, el retrato, el costumbrismo y las escenas intimistas. Como retratista oficial destaca su pintura de Alfonso XIII para la Diputación Provincial de Barcelona. En 1880 expuso por primera vez en la Sala Parés de Barcelona, junto a Santiago Rusiñol y al escultor Font. Ya desde sus obras de juventud su estilo destacó por la corrección del dibujo, así como por su búsqueda de la armonía cromática y de la captación de los efectos lumínicos. Hacia 1881-82 se inicia en su estilo la preferencia por el realismo que marcará su obra más personal, rechazando todo artificio, fruto de la influencia de Ramón Martí Alsina. Participó en los principales acontecimientos artísticos de Barcelona, como las exposiciones de la Sociedad de Acuarelistas y la primera Exposición de Bellas Artes de la ciudad, y mostró su obra asiduamente en la Casa Vidal y en la Sala Parés. También presentó sus obras en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid, y fue galardonado con tercera medalla en la Universal de Barcelona de 1888. Cusí está representado en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, el Ayuntamiento de Barcelona, el Museo Víctor Balaguer, el Ateneo y el Círculo del Liceo de Barcelona, así como en destacadas colecciones particulares.

Ale­jan­dro Magno








Es­cue­la Ita­lia­na del siglo XVII
“Ale­jan­dro Magno”
Óleo sobre lien­zo. Re­en­te­la­do en el siglo XIX.
Me­di­das: 213 x 135 cm; 215 x 137 cm (marco)
Re­tra­to ecues­tre del em­pe­ra­dor Car­lo­magno, ata­via­do con lu­jo­sa ar­ma­du­ra en este caso co­rres­pon­dien­te a los mo­de­los del XVII en oro y car­me­sí, de­co­ra­da con pie­dras pre­cio­sas al igual que el yelmo en el que des­ta­ca la cas­ca­da de plu­mas de color rojo in­ten­so que junto a la capa en el mismo tono, en­sal­zan la po­si­ción del per­so­na­je.
Den­tro de la tra­di­ción pic­tó­ri­ca, el re­tra­to ecues­tre es uti­li­za­do desde época an­ti­gua como he­rra­mien­ta para la re­pre­sen­ta­ción del poder. Esto se hace pa­ten­te en la re­pre­sen­ta­ción con­tun­den­te de la fi­gu­ra del em­pe­ra­dor, con el bas­tón de mando y pos­tu­ra er­gui­da, vemos como el vo­lu­men cen­tral de la fi­gu­ra se cen­tra en la parte del pecho para lo cual el pin­tor se sirve de la am­pli­tud de los ro­pa­jes y el vuelo de la capa. El ca­ba­llo, el cual tam­bién di­ri­ge una mi­ra­da desa­fian­te al es­pec­ta­dor equi­li­bra la com­po­si­ción si bien la re­la­ción de pro­por­ción con res­pec­to a su ji­ne­te no es la na­tu­ral, sirve de apoyo al en­sal­za­mien­to del per­so­na­je, de ma­yo­res pro­por­cio­nes.
El pai­sa­je se sirve de los mo­de­los de la pin­tu­ra del XVII, sobre fondo os­cu­ro. En un pri­mer nivel apa­re­ce re­cor­ta­da entre la bruma la si­lue­ta de una ciu­dad: Roma. De la cual po­de­mos dis­tin­guir cla­ra­men­te el Cas­ti­llo de Sant’An­ge­lo.

Ca­ro­lus Mag­nus o Car­lo­magno (-Aquis­grán, 814 d.C) es el nom­bre en latín por el que llegó a ser co­no­ci­do el rey fran­co, cuan­do se con­vir­tió en el pri­mer em­pe­ra­dor del Sacro Im­pe­rio Ro­mano. Car­lo­magno do­mi­nó la mayor parte de Eu­ro­pa cen­tral y oc­ci­den­tal, y está con­si­de­ra­do el so­be­rano eu­ro­peo más in­flu­yen­te de la Edad Media.

El en­tie­rro de Cris­to




Es­mal­te de Li­mo­ges; Fran­cia, siglo XIX.
“El en­tie­rro de Cris­to”.
Latón es­mal­ta­do.
Me­di­das: 14 x 11 cm; 21 x 28 cm (marco).
Placa es­mal­ta­da en latón con es­mal­te ex­ca­va­do, con de­ta­lles cin­ce­la­dos y una cui­da­da re­pre­sen­ta­ción del en­tie­rro de Cris­to, que sigue una com­po­si­ción tra­di­cio­nal en la pin­tu­ra, con los per­so­na­jes agru­pa­dos en el pri­mer plano, en torno al se­pul­cro. Se trata de una es­truc­tu­ra com­ple­ja, con el cuer­po de Cris­to en la zona cen­tral, sien­do de­po­si­ta­do en el se­pul­cro por Ni­co­de­mo y José de Ari­ma­tea. Tras ellos vemos a las tres Ma­rías, in­clu­yen­do a la Mag­da­le­na con la ca­be­za des­cu­bier­ta y a la Vir­gen do­lien­te, acom­pa­ña­das por san Juan Evan­ge­lis­ta. La es­ce­na se sitúa en un es­ce­na­rio de pai­sa­je sin­té­ti­co, con un plano de tie­rra en tono ma­rrón ver­do­so y un cielo blan­co.

El es­mal­te de Li­mo­ges cuen­ta con una larga tra­di­ción que se re­mon­ta a la Edad Media, en con­cre­to al úl­ti­mo cua­dro del siglo XII. Será el ta­ller de es­mal­tes más im­por­tan­te de Fran­cia, y de­be­rá su éxito es­pe­cial­men­te a su pro­duc­ción de ob­je­tos de­co­ra­dos con es­mal­tes, ade­más de las ha­bi­tua­les pla­cas es­mal­ta­das. Sus pie­zas me­die­va­les pre­sen­ta­ban ca­rac­te­rís­ti­cas pro­pias como un arras­tre de fondo muy su­per­fi­cial o un ta­bi­ca­do muy fino para los de­ta­lles, ade­más de un cro­ma­tis­mo in­no­va­dor que in­cluía tonos nue­vos como el azul claro gri­sá­ceo o el blan­co.

Vir­gen con el niño








Es­cue­la Pe­rua­na del siglo XVII.
"Vir­gen con el niño"
Óleo sobre lien­zo.
Me­di­das: 81 x 66 cm; 108 x 95,5 cm (marco).
Marco de cedro.
En esta obra se pre­sen­ta como pro­ta­go­nis­ta a una Vir­gen de ros­tro ju­ve­nil que en sus bra­zos sos­tie­ne a su hijo, Jesús, acom­pa­ña­da de dos fi­gu­ras que po­drían iden­ti­fi­car­se como San José sos­te­nien­do el lirio de la pu­re­za y Santa Ana, madre de la Vir­gen, ata­via­da con su velo blan­co sobre la ca­be­za, los tres pro­ta­go­nis­tas vas ves­ti­dos con in­du­men­ta­ria pu­ra­men­te re­na­cen­tis­ta. El lien­zo mues­tra pre­do­mi­nio de la in­fluen­cia fla­men­ca cuya fuer­za fue en au­men­to du­ran­te todo el siglo XVII. Así, des­ta­can las fi­gu­ras alar­ga­das en pri­mer tér­mino, el tra­ta­mien­to de­ta­llis­ta de los te­ji­dos en plie­gues y la­ce­rías, el uso vi­bran­te del color…todo en­mar­ca­do en un pai­sa­je de gran pro­fun­di­dad po­ten­cia­da con el uso del sfu­ma­to en los pla­nos más le­ja­nos del lien­zo.

La Es­cue­la Co­lo­nial Pe­rua­na se desa­rro­lló entre los si­glos XVI y XVII tras la lle­ga­da de los es­pa­ño­les al país y como fruto de la in­fluen­cia de tres gran­des co­rrien­tes, la ver­tien­te es­pa­ño­la, la ita­lia­na y la fla­men­ca. La re­li­gión ca­tó­li­ca ad­quie­re gran im­por­tan­cia al tener una de­ci­si­va fun­ción evan­ge­li­za­do­ra por lo que temas bí­bli­cos, como el que pre­sen­ta­mos en subas­ta, pro­li­fe­ran si­guien­do las téc­ni­cas y mo­de­los eu­ro­peos.

Pa­re­ja de bar­gue­ños ita­lia­nos del siglo XVII.








Pa­re­ja de bar­gue­ños ita­lia­nos del siglo XVII.
Ma­de­ra ebo­ni­za­da y carey, con apli­ca­cio­nes de bron­ce do­ra­do.
Mesas pos­te­rio­res.
Me­di­das: 91 x 132 x 52 cm.(bar­gue­ño); 37­x137­x50 cm. (mesa).
Pa­re­ja de bar­gue­ños ita­lia­nos ba­rro­cos de mues­tra des­cu­bier­ta, con es­truc­tu­ra pris­má­ti­ca y pies ta­lla­dos en forma de garra de ave sobre bola, una forma muy tí­pi­ca del bar­gue­ño del siglo XVII. La de­co­ra­ción se con­cen­tra en el fren­te, y en los la­te­ra­les se re­du­ce a ca­jea­dos rom­boi­da­les rea­li­za­dos me­dian­te fi­le­tes em­bu­ti­dos de ma­de­ra clara, y con un asa de hie­rro en su cen­tro.
La mues­tra se di­vi­de en tres ca­lles, la cen­tral ade­lan­ta­da res­pec­to al resto del fren­te, con plan­ta he­xa­go­nal. Las ca­lles la­te­ra­les alo­jan cua­tro ga­ve­tas igua­les, con el fren­te de­co­ra­do con sa­lien­te ova­la­do. Tanto el fondo plano como el in­te­rior están cha­pea­dos en carey apli­ca­do sobre lacre rojo, y la de­co­ra­ción se com­ple­ta con apli­ca­cio­nes en bron­ce do­ra­do: un con­ta­rio que rodea el sa­lien­te, un pe­que­ño es­cu­do de ce­rra­du­ra y dos guir­nal­das en los la­te­ra­les, que se re­pi­ten en los en­tre­pa­ños. El pe­rí­me­tro de estos fren­tes queda re­co­rri­do por una mol­du­ra que in­ci­de en la com­par­ti­men­ta­ción de la es­truc­tu­ra. Esta bús­que­da de cla­ri­dad com­po­si­ti­va a tra­vés de la se­ña­li­za­ción de las dis­tin­tas par­tes de la es­truc­tu­ra, que nunca que­dan so­bre­pa­sa­das por la de­co­ra­ción, será una cons­tan­te en el ba­rro­co, y que sólo se rom­pe­rá con la lle­ga­da del ro­co­có.
La calle cen­tral os­ten­ta el pro­ta­go­nis­mo de la pieza, como es ha­bi­tual en el bar­gue­ño ba­rro­co, y sigue una es­truc­tu­ra mar­ca­da­men­te ar­qui­tec­tó­ni­ca que, aun­que sigue un cri­te­rio común a toda Eu­ro­pa en esta época, evi­den­cia un gusto ne­ta­men­te ita­liano, que en­la­za di­rec­ta­men­te con la ar­qui­tec­tu­ra con­tem­po­rá­nea del país: co­lum­nas sa­lo­mó­ni­cas, ale­to­nes, mén­su­las, etc. Este fren­te de la calle cen­tral es­con­de una puer­ta há­bil­men­te di­si­mu­la­da por la de­co­ra­ción, de modo que no quede roto el es­que­ma ar­qui­tec­tó­ni­co. En el in­te­rior se si­túan va­rias ga­ve­tas es­tre­chas, con los fren­tes de­co­ra­dos con fi­le­tes de ma­de­ra clara em­bu­ti­dos for­man­do ca­jea­dos geo­mé­tri­cos, a juego con los la­te­ra­les del ex­te­rior del mue­ble, com­po­nien­do un es­que­ma geo­mé­tri­co y re­pe­ti­ti­vo que será un ele­men­to re­cu­rren­te den­tro del bar­gue­ño ba­rro­co en toda Eu­ro­pa.
No obs­tan­te, la de­co­ra­ción se con­cen­tra en el ex­te­rior de la ca­pi­lla, or­ga­ni­za­da como una fa­cha­da ba­rro­ca de gran fan­ta­sía, una ar­qui­tec­tu­ra im­po­si­ble re­crea­da por la hábil mano del eba­nis­ta: ba­sa­men­to in­fe­rior, tres co­lum­nas sa­lo­mó­ni­cas a cada lado, al­za­das sobre mén­su­las, es­pa­cio in­te­rior ca­jea­do, con una forma es­ca­lo­na­da su­pe­rior tí­pi­ca del bar­gue­ño ba­rro­co, bajo la cual se sitúa una hor­na­ci­na que aloja una es­cul­tu­ra en bulto re­don­do de bron­ce do­ra­do, y fron­tón recto su­pe­rior con ale­to­nes en los la­te­ra­les, si­guien­do la ver­ti­cal de las co­lum­nas y mén­su­las. Este fron­tón su­pe­rior está de­co­ra­do con mo­ti­vos si­mi­la­res a los de las ga­ve­tas la­te­ra­les, y sobre las mén­su­las se si­túan com­po­si­cio­nes clá­si­cas en bron­ce do­ra­do, que tam­bién ador­nan el resto de zonas se­cun­da­rias de la ca­pi­lla. Su parte cen­tral está pro­ta­go­ni­za­da por la fi­gu­ra vis­tien­do tú­ni­ca clá­si­ca y por­tan­do un tro­feo fru­tas. En torno a ella vemos com­po­si­cio­nes con her­mas, mas­ca­ro­nes y guir­nal­das.

Los bar­gue­ños se alzan sobre mesas de ma­de­ra ebo­ni­za­da, es­ti­li­za­das patas tor­nea­das re­ma­ta­das en bola, y uni­das con cham­bra­na.

Nihon Kat­chu, Ar­ma­du­ra com­ple­ta Yoroi. Pe­rio­do Mo­mo­ya­ma








Nihon Kat­chu, Ar­ma­du­ra com­ple­ta Yoroi. Pe­rio­do Mo­mo­ya­ma (1568 - 1603)
Metal, laca, seda y otros tex­ti­les.
cer­ti­fi­ca­do de au­ten­ti­ci­dad
Me­di­das: 140 x 45 cm.
Ar­ma­du­ra de cuer­po de cinco pla­cas me­tá­li­cas de gran es­pe­sor, la­ca­das con laca ja­po­ne­sa urus­hi de color negro, seda ja­po­ne­sa, cota de malla y otros tex­ti­les. In­clu­ye Hitsu, la caja ori­gi­nal de trans­por­te que con­ser­va los he­rra­jes. In­clu­ye tam­bién un so­por­te para su ex­hi­bi­ción.
Se trata de una pieza de gran ca­li­dad per­te­ne­cien­te a un sa­mu­rái de alto rango. Está for­ma­da por un Ka­bu­to del tipo Suji Bachi de 48 pla­cas , Yon Jû Hachi Suji Bachi Ka­bu­to con un enor­me shi­ko­ro(pro­tec­ción de cue­llo) del tipo Ko­za­ne Ke­bi­ki, res­tau­ra­do en lo que al odos­hi se re­fie­re, es decir el tren­za­do tex­til que une las pla­cas. Pre­sen­ta un mae­ta­te (em­ble­ma fron­tal), en forma de luna cre­cien­te de gran­des di­men­sio­nes (60 cm), ca­rac­te­rís­ti­co del clan Date Ma­sa­mu­ne. Se com­ple­ta con el mempô (pro­tec­ción com­ple­ta de media cara) en hie­rro y laca negra ku­rou­rus­hi­nu­ri, de tipo Res­sei, que toma ese nom­bre de la ex­pre­sión agre­si­va del ros­tro.
El cuer­po Do, per­te­ne­ce a la ti­po­lo­gía Yu­ki­nos­hi­ta Dô, de­no­mi­na­do así por ser un di­se­ño crea­do por Yu­ki­nos­hi­ta Hi­saie en Sa­ga­mi , en torno al año 1573. Una de sus prin­ci­pa­les ca­rac­te­rís­ti­cas, es que este de tipo dô, se com­po­ne siem­pre de cinco pla­cas me­tá­li­cas de un gro­sos con­si­de­ra­ble, pues en gran me­di­da se desa­rro­lló para so­por­tar im­pac­tos de las armas de fuego, re­cien­tes en la época. Tam­bién se co­no­ce po­pu­lar­men­te, como Sen­dai dô, por ser la ca­pi­tal del te­rri­to­rio de Date Ma­sa­mu­ne, ce­le­bre señor de la gue­rra que equi­pó a todas sus tro­pas con el Yu­ki­nos­hi­ta dô , con­vir­tién­do­se en un dis­tin­ti­vo de este des­ta­ca­do clan.
Las kote o pro­tec­cio­nes de los bra­zos, son de es­ti­lo Oda gote, nom­bre que alude a la es­cue­la Oda de Kaga. Des­ta­ca por las gran­des pla­cas que pre­sen­ta en forma de ca­la­ba­za ja­po­ne­sa Hyo­tan Gane, a la al­tu­ra del an­te­bra­zo y tam­bién en los hom­bros.
El hai­da­te, pro­tec­ción de la zona alta de las pier­nas, co­rres­pon­de a la ti­po­lo­gía Etchû hai­da­te, for­ma­da por una am­plia zona tex­til en la parte su­pe­rior y filas de las pla­cas rec­tan­gu­la­res Ikada flo­tan­do en la cota de malla por toda la zona baja. El con­jun­to se com­ple­ta con la pro­tec­ción in­fe­rior de las ex­tre­mi­da­des, su­nea­te, con unos tra­di­cio­na­les shino su­nea­te de tipo ta­tea­ge, com­pues­tos por las pla­cas ver­ti­ca­les. Se acom­pa­ña de unos ke­gut­su, los za­pa­tos de piel de oso tra­di­cio­na­les.
Al tra­ta­se de una pieza del pe­rio­do Sen­go­ku, posee las ca­rac­te­rís­ti­cas esen­cia­les de un ele­men­to de­fen­si­vo de esta ca­te­go­ría, y la so­bria be­lle­za de un atuen­do mi­li­tar de esta época
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OBSERVACIONES

Certificado de autenticidad realizado por el especialista de arte japonés Antonio Clemente Ferrero. Incluye libro ilustrativo. Expuesto en la sede de SetdartMadrid, c/Conde de Aranda, 22.

Relieve de templo; Nubia





Relieve de templo; Nubia, periodo romano, siglo II a.C.
Piedra caliza.
Procedencia: colección privada E. B., Barcelona. Anteriormente en la colección B., adquirido en los años 60.
Medidas: 38 x 77 cm
Relieve parietal formado por un único bloque rectangular, que dado el tamaño tanto de las figuras como de los jeroglíficos, y el profundo bajorrelieve, fue realizado para un templo o capilla, de considerables dimensiones. Dicha técnica permite ver las imágenes con mejor detalle si hay mucha luz ambiental, deduciendo que estaba situado en las paredes exteriores del edificio.
La iconografía muestra a una figura femenina tocada con una peluca tripartita rayada, que recuerda a las coronas de buitre de las reinas ptolemaicas, coronada por una serpiente en la parte central, que asoma la cola por la parte trasera de la cabeza. Este atributo induce a pensar en una posible identificación, como soberana. Sobre la peluca, se ha representado una corona “Hemhem”, concebida como una triple corona “Atef” sobre dos cuernos espirales de carnero, que simboliza el triunfo de la luz solar sobre el caos. Estos dos tocados son propios de la época más tardía de Egipto, incluso durante la dominación griega, es uno de los motivos por el cual puede fecharse el relieve. En la zona de los hombros, se representan en relieve, dos tiras, probablemente la sujeción de un vestido con el que iría ataviada, una segunda posibilidad es que se trate de una cadena que sustenta una joya o pectoral situado sobre el pecho.
Esta reina tiene los brazos extendidos hacia delante, elevados a la altura de los hombros, en una postura típicamente egipcia, en actitud oferente. Con las palmas de las manos, esculpidos de perfil, sostiene el símbolo jeroglífico egipcio del horizonte, el “Aket”. Según la tradición egipcia el horizonte se simbolizaba mediante la imagen del sol entre dos montañas, tenía claras connotaciones solares a la vez que perdurabilidad, era un símbolo referido a la vida eterna. Pero al tratarse de una imagen meroítica, no egipcia, el significado puede no ser el mismo, dado que la antural ofrenda de una reina hacia los dioses eran unos vasos circulares llamados “Nu”.
En el lado izquierdo aparece representado dos símbolos jeroglíficos realmente curiosos. Un animal similar a un ratón, está sentado, debajo dos cuadrados pequeños. La traducción y significado es desconocido pues el texto es jeroglífico, pero en escritura meroítica, no egipcios. En la antigua Nubia la escritura era completamente diferente a la egipcia y no se ha podido traducir, es muy inferior el número de documentos escritos al de la civilización del Nilo.
Se trata de una pieza en la que se entremezclan culturas y estilos. Realizada en época de la dominación griega de Egipto y la zona Nubia, pero con un carácter propio de este reino del sur.
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OBSERVACIONES

Buen estado de conservación, conserva la finura y la fuerza de los rasgos típicos de los relieves meroíticos.

Es­pa­da. Lu­ris­tán







Es­pa­da. Lu­ris­tán, siglo IX- VII a.C.
Bron­ce.
Me­di­das: 42 x 5,2 cm; 52 x 5,2 cm(peana)



La cul­tu­ra del Lu­ris­tán se desa­rro­lló entre el II mi­le­nio y el siglo VIII a.C., mo­men­to en que fue eli­mi­na­da por los con­flic­tos de la zona. Se tra­ta­ba de un pue­blo nó­ma­da pro­ve­nien­te del sur de Rusia, asen­ta­do en la mesta ira­nia y com­pues­to por di­fe­ren­tes gru­pos in­de­pen­dien­tes, sin iden­ti­dad na­cio­nal pero con ca­rac­te­rís­ti­cas cul­tu­ra­les co­mu­nes. Desa­rro­lla­ron una rica cul­tu­ra del metal, tra­ba­jan­do prin­ci­pal­men­te el bron­ce. Con él rea­li­za­ban todo tipo de pie­zas fun­cio­na­les, como la que aquí pre­sen­ta­mos, ade­más de ex­vo­tos y ob­je­tos de adorno per­so­nal. El suyo era un arte fi­gu­ra­ti­vo, aun­que críp­ti­co y pro­fun­da­men­te sim­bó­li­co, que bus­ca­ba la ex­pre­si­vi­dad por en­ci­ma del na­tu­ra­lis­mo. En las pie­zas del Lu­ris­tán se apre­cia siem­pre un mar­ca­do eje de si­me­tría, tal y como se puede ver en esta es­pa­da, ca­ren­te de toda or­na­men­ta­ción pero sin em­bar­go do­ta­da de unas for­mas flui­das que re­cuer­dan a la hoja de una gran plan­ta. Me­dian­te este sen­ci­llo di­se­ño se su­gie­re lo or­gá­ni­co, dando a la pieza una apa­rien­cia de hoja ve­ge­tal sin lle­gar a con­cre­tar­la, ju­gan­do con la su­ges­tión y la evo­ca­ción for­mal. De hecho, la ambigüedad de for­mas y mo­ti­vos fue una cons­tan­te en las pie­zas de esta cul­tu­ra, prin­ci­pal­men­te en las fi­gu­ras de di­vi­ni­da­des aun­que fue un con­cep­to, como aquí vemos, to­tal­men­te asi­mi­la­do y ex­ten­di­do a toda la pro­duc­ción.