LUIS DE MORALES (Badajoz, ca. 1510-1586).
Óleo sobre tabla.
Medidas: 62 x 46 cm.; 142 x 127 x 32 cm.(marco).
Los Ecce Homo y su variante como Varón de Dolores, en las
obras de Morales, tuvieron gran aceptación en su época, llegando a realizar
diversas versiones de estos temas. El Museo del Prado conserva algunas de
ellas, cuyas similitudes con la que nos ocupa son notables: con factura
minuciosa, transmite el momento pasionario con elegancia y economía de medios,
huyendo de lo escenográfico; la figura se recorta en medio cuerpo sobre un
fondo negro que realza su piel macilenta y cuerpo enjuto, el rostro de párpados
cerrados y honda expresión. Comunica un patetismo de gran carga emocional,
transmitiendo una experiencia mística, siendo magistral el manejo del claroscuro.
Pintor de gran calidad y acusada personalidad, acaso el
mejor entre los españoles de la segunda mitad del siglo XVI, a excepción del
Greco. Su formación plantea serios problemas, aunque Palomino lo hace discípulo
del flamenco, residente en Sevilla entre 1537 y 1563, Pedro de Campaña.
Ciertamente la meticulosidad y detallismo de su pincelada y la concepción del
paisaje son de origen flamenco, y la mayoría de sus temas icónicos de tradición
medieval tardía. Pero realiza unos tipos humanos y emplea un colorido y un
sfumato emparentados con la tradición lombarda de un Bernardino Luini y de un
Cristoforo Solario, que seguramente conoció no mediante un viaje a Italia sino
posiblemente a Valencia, para ponerse al tanto de las novedades aportadas por
los leonardescos Fernando Yáñez y Fernando de Llanos y los rafaelescos Vicente
y Juan Masip. Sin embargo, el sesgo más personal de su pintura radica en la
atmósfera atormentada y casi histérica en que respiran sus personajes, volcados
más que a la acción hacia una intensa vida interior, llenos de melancolía y
renunciamiento ascético y característicos del clima de crispada religiosidad
que habían impuesto en la España del XVI los movimientos de reforma, desde los
menos ortodoxos del erasmismo y el alumbradismo, hasta los más genuinos del
misticismo y el trentismo. Morales, denominado el Divino por su primer
biógrafo, Antonio Palomino, porque pintaba solo asuntos religiosos con gran
primor y sutileza, alcanzó su mejor época desde 1550 hasta 1570, pintando
entonces numerosos retablos, trípticos y lienzos aislados que obtuvieron enorme
difusión porque satisfacían la religiosidad popular de la época, si bien
algunas de sus telas contienen citas y datos de erudición letrada, producto del
contacto con los clientes ilustrados, a contar en primer lugar los obispos de
la diócesis de Badajoz, a cuyo servicio estuvo. No está, por el contrario,
documentalmente corroborada su presencia en el monasterio de El Escorial
llamado por Felipe II, aunque parece que éste adquirió alguna de sus obras para
regalarlas a continuación. La enorme producción y la continua solicitud de sus
temas iconográficos más frecuentes y populares le obligaron a mantener un
nutrido taller en el que colaboraron sus dos hijos, Cristóbal y Jerónimo;
taller responsable de muchas copias que circulan y son todavía tenidas como
autógrafas de Morales.
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