GODOFREDO
ORTEGA MUÑOZ
(San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1899 – Madrid, 1982)
Óleo sobre lienzo.
Firmado en la zona inferior derecha.
38 x 46 cm; 56 x 63 cm (marco).
Esta obra se incluirá en el futuro catálogo de la obra de Ortega Muñoz.
Ortega Muñoz fue uno de los grandes creadores del contemporáneo paisaje español. Se inició en el arte siendo aún niño, de manera autodidacta, y pese al consejo paterno en 1919, con veinte años, decide trasladarse a Madrid para dedicarse a la pintura. Allí se dedicará desde el primer momento a realizar copias de los grandes maestros en el Museo del Prado y en el antiguo Museo de Arte Moderno. Continuará así con su formación autodidacta y comenzará a pintar al aire libre en el entorno de la Dehesa de la Villa, acompañado de otros jóvenes artistas como el filipino Fernando Amorsolo. Un año más tarde decide trasladarse a París, y allí conocerá al que será su gran amigo de por vida, el poeta Gil Bel. En París conoció además la obra de Van Gogh, Gaugin y Cézanne, pero a la vez vivió la crisis formal e ideológica que se desarrollaba en esta época de entreguerras, lo que le llevaría a dejar Francia para viajar al sur, a Italia, donde hallar en los maestros del pasado unos valores más auténticos de espiritualidad, sencillez y pureza. Ortega Muñoz recorrerá Italia de Norte a Sur entre 1921 y 1922, y en el Lago Maggiore conoce al pintor inglés Edgard Rowley Smart, con quien pasará un corto periodo de aprendizaje. Con él Ortega Muñoz llega a la conclusión que, frente a la aparente sinrazón del arte contemporáneo, hay que volver a la naturaleza y devolver al are la autenticidad de las verdades espirituales y de las emociones sencillas. En 1926 regresa a España, donde protagonizará una de las excursiones fundacionales de la Escuela de Vallecas. Poco después, en 1927, celebra su primera exposición en el Círculo Mercantil de Zaragoza. Entonces deja España de nuevo, y esta vez recorre Centroeuropa, pasando por Zurich, Bruselas y varias ciudades alemanas. En 1928, en Worpswede entra en contacto con una colonia de artistas de lenguaje expresionista, interesados en los paisajes y la vida campesina, como reacción frente a los sofisticados artificios y refinamientos de las vanguardias. Notablemente influido por su experiencia en Worpswede, Ortega Muñoz vuelve a Francia en 1928, y entre 1930 y 1933 sigue viajando entre Centroeuropa y el Norte de Italia; finalmente llega a El Cairo en 1933, una fecha en la que sus capacidades como retratista le han proporcionado un modo de vida desahogado e importantes contactos. Expone en Alejandría con un enorme éxito, que le llevará a repetir la experiencia un año después, presentando una muestra casi antológica en la que se aprecia ya su amor por la naturaleza, el equilibrio entre el color y el estado de ánimo, y esa atmósfera de quietud y tristeza características de su lenguaje. En 1935 regresa a Epaña y al año siguiente se presenta con una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No obstante la guerra civil le lleva a salir de España; tras la contienda regresa a su localidad natal, y se reencuentra por fin con la silenciosa y solitaria extensión de su paisaje y con la cercana realidad de ese mundo que siente como auténticamente propio. Durante la posguerra arranca de nuevo una carrera profesional que le deparará numerosos triunfos, tanto en España como en el extranjero. Celebrará desde entonces importantes exposiciones individuales, como las que tuvieron lugar en los años cincuenta en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Madrid, en las Galerías Syra de Barcelona o en el Museo de Bellas Artes del Parque de Bilbao. También participará en la II Bienal Hispanoamericana de La Habana (1953), donde recibe el Gran Premio de pintura, en la Internacional de Venecia (1954) y en la Hispanoamericana de Barcelona (1955), donde se le dedica una sala de honor. Lo mismo ocurrirá más tarde en la Bienal de Venecia de 1957. Este incremento de su actividad expositiva, así como el crecimiento de su fama a nivel internacional, llevarán a una década de los sesenta con importantes exposiciones como la colectiva celebrada en el Guggenheim de Nueva York en 1961. Asimismo, en 1968 se le dedicó una sala monográfica de honor en la última Exposición Nacional de Bellas Artes. Actualmente Ortega Muñoz está representado en la Fundación que lleva su nombre en Badajoz, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el de Bellas Artes de Bilbao y otras colecciones, tanto públicas como privadas.
(San Vicente de Alcántara, Badajoz, 1899 – Madrid, 1982)
Óleo sobre lienzo.
Firmado en la zona inferior derecha.
38 x 46 cm; 56 x 63 cm (marco).
Esta obra se incluirá en el futuro catálogo de la obra de Ortega Muñoz.
Ortega Muñoz fue uno de los grandes creadores del contemporáneo paisaje español. Se inició en el arte siendo aún niño, de manera autodidacta, y pese al consejo paterno en 1919, con veinte años, decide trasladarse a Madrid para dedicarse a la pintura. Allí se dedicará desde el primer momento a realizar copias de los grandes maestros en el Museo del Prado y en el antiguo Museo de Arte Moderno. Continuará así con su formación autodidacta y comenzará a pintar al aire libre en el entorno de la Dehesa de la Villa, acompañado de otros jóvenes artistas como el filipino Fernando Amorsolo. Un año más tarde decide trasladarse a París, y allí conocerá al que será su gran amigo de por vida, el poeta Gil Bel. En París conoció además la obra de Van Gogh, Gaugin y Cézanne, pero a la vez vivió la crisis formal e ideológica que se desarrollaba en esta época de entreguerras, lo que le llevaría a dejar Francia para viajar al sur, a Italia, donde hallar en los maestros del pasado unos valores más auténticos de espiritualidad, sencillez y pureza. Ortega Muñoz recorrerá Italia de Norte a Sur entre 1921 y 1922, y en el Lago Maggiore conoce al pintor inglés Edgard Rowley Smart, con quien pasará un corto periodo de aprendizaje. Con él Ortega Muñoz llega a la conclusión que, frente a la aparente sinrazón del arte contemporáneo, hay que volver a la naturaleza y devolver al are la autenticidad de las verdades espirituales y de las emociones sencillas. En 1926 regresa a España, donde protagonizará una de las excursiones fundacionales de la Escuela de Vallecas. Poco después, en 1927, celebra su primera exposición en el Círculo Mercantil de Zaragoza. Entonces deja España de nuevo, y esta vez recorre Centroeuropa, pasando por Zurich, Bruselas y varias ciudades alemanas. En 1928, en Worpswede entra en contacto con una colonia de artistas de lenguaje expresionista, interesados en los paisajes y la vida campesina, como reacción frente a los sofisticados artificios y refinamientos de las vanguardias. Notablemente influido por su experiencia en Worpswede, Ortega Muñoz vuelve a Francia en 1928, y entre 1930 y 1933 sigue viajando entre Centroeuropa y el Norte de Italia; finalmente llega a El Cairo en 1933, una fecha en la que sus capacidades como retratista le han proporcionado un modo de vida desahogado e importantes contactos. Expone en Alejandría con un enorme éxito, que le llevará a repetir la experiencia un año después, presentando una muestra casi antológica en la que se aprecia ya su amor por la naturaleza, el equilibrio entre el color y el estado de ánimo, y esa atmósfera de quietud y tristeza características de su lenguaje. En 1935 regresa a Epaña y al año siguiente se presenta con una exposición en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. No obstante la guerra civil le lleva a salir de España; tras la contienda regresa a su localidad natal, y se reencuentra por fin con la silenciosa y solitaria extensión de su paisaje y con la cercana realidad de ese mundo que siente como auténticamente propio. Durante la posguerra arranca de nuevo una carrera profesional que le deparará numerosos triunfos, tanto en España como en el extranjero. Celebrará desde entonces importantes exposiciones individuales, como las que tuvieron lugar en los años cincuenta en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Madrid, en las Galerías Syra de Barcelona o en el Museo de Bellas Artes del Parque de Bilbao. También participará en la II Bienal Hispanoamericana de La Habana (1953), donde recibe el Gran Premio de pintura, en la Internacional de Venecia (1954) y en la Hispanoamericana de Barcelona (1955), donde se le dedica una sala de honor. Lo mismo ocurrirá más tarde en la Bienal de Venecia de 1957. Este incremento de su actividad expositiva, así como el crecimiento de su fama a nivel internacional, llevarán a una década de los sesenta con importantes exposiciones como la colectiva celebrada en el Guggenheim de Nueva York en 1961. Asimismo, en 1968 se le dedicó una sala monográfica de honor en la última Exposición Nacional de Bellas Artes. Actualmente Ortega Muñoz está representado en la Fundación que lleva su nombre en Badajoz, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, el de Bellas Artes de Bilbao y otras colecciones, tanto públicas como privadas.
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