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martes, 19 de septiembre de 2017

Biom­bo de cua­tro hojas con es­truc­tu­ra de ma­de­ra








PÁEZ, José de (Mé­xi­co, 1720 – 1790).
Doce óleos sobre lien­zo mon­ta­dos como biom­bo.
Me­di­das: 156 x 49 cm (cada lien­zo); 206 x 67 cm (cada hoja); 206 x 228 cm (total)
Biom­bo de cua­tro hojas con es­truc­tu­ra de ma­de­ra, con per­fi­les ta­lla­dos, sobre el que se han mon­ta­do un total de doce pin­tu­ras sobre lien­zo, tres en cada hoja. Todas ellas son de te­má­ti­ca re­li­gio­sa, si bien con com­po­si­cio­nes muy di­fe­ren­tes. Vemos imá­ge­nes de san­tos solos con sus atri­bu­tos o con án­ge­les, es­tá­ti­cos, y tam­bién re­pre­sen­ta­cio­nes de la Vir­gen y de com­ple­jas es­ce­nas na­rra­ti­vas del An­ti­guo y el Nuevo Tes­ta­men­to, como la his­to­ria de San­són y Da­li­la.
José de Paéz fue un pin­tor muy pro­lí­fi­co, per­te­ne­cien­te a la ge­ne­ra­ción pos­te­rior a Mi­guel Ca­bre­ra. Reali­zó ex­ce­len­tes re­tra­tos y pin­tu­ras de cas­tas, así como com­po­si­cio­nes re­li­gio­sas de di­ver­sos ta­ma­ños, desde es­cu­dos de monja hasta enor­mes lien­zos que cu­brían pa­re­des en­te­ras. Aun­que sus obras están re­par­ti­das en igle­sias de Mé­xi­co y Perú, se sabe que ex­por­tó gran parte de su pro­duc­ción. Se formó con el pin­tor Ni­co­lás En­rí­quez, y tra­ba­jó du­ran­te toda su vida en su ta­ller de Ciu­dad de Mé­xi­co. No se sabe si Páez viajó al ex­tran­je­ro, aun­que sí se co­no­ce la fama de su tra­ba­jo, dadas las obras que de él exis­ten en di­ver­sos paí­ses ame­ri­ca­nos. Tra­ba­jó prin­ci­pal­men­te en­car­gos para dis­tin­tas ór­de­nes del vi­rrei­na­to de la Nueva Es­pa­ña, el más rico de la co­ro­na por en­ton­ces. Está re­pre­sen­ta­do en la Co­lec­ción An­drés Blas­tein, el Museo de la His­to­ria Me­xi­ca­na, el de Amé­ri­ca de Ma­drid, el Sou­ma­ya en Mé­xi­co, el de la Casa de Colón en Las Pal­mas de Gran Ca­na­ria y el Na­cio­nal de Arte e His­to­ria Ca­tó­li­ca de Nueva York, entre otros.

La se­gun­da mitad del siglo XVIII en la Nueva Es­pa­ña es­tu­vo mar­ca­da por el auge eco­nó­mi­co, por lo que los aris­tó­cra­tas las ór­de­nes re­li­gio­sas con­ta­ron con su­fi­cien­tes re­cur­sos para la cons­truc­ción de nue­vos edi­fi­cios, o para re­no­var los que ya exis­tían. Así, au­men­ta la de­man­da de arte re­li­gio­so, como tam­bién del re­tra­to y de la pin­tu­ra de cas­tas. En esta época de de­man­da abun­dan­te desa­rro­lló su obra José Páez, uno de los más des­ta­ca­dos ex­po­nen­tes de la es­cue­la no­vohis­pa­na del siglo XVIII. Su es­ti­lo es cla­si­cis­ta, pre­do­mi­nan­do el di­bu­jo, una línea mar­ca­da y ex­pre­si­va que dota a las fi­gu­ras de cor­po­rei­dad es­cul­tó­ri­ca. Sin em­bar­go, no deja de lado el co­lo­ri­do, sua­ve­men­te en­to­na­do y muy es­tu­dia­do, con­te­ni­do y equi­li­bra­do, como vemos en este con­jun­to de lien­zos. Cabe des­ta­car asi­mis­mo el sabio uso de la ilu­mi­na­ción, que mo­de­la de forma sutil a las fi­gu­ras, do­tán­do­las de vo­lu­men y pre­sen­cia en el es­pa­cio, sin ne­ce­si­dad de re­cu­rrir a com­ple­jas cons­truc­cio­nes pers­pec­tí­vi­cas.

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