Escuela castellana de la segunda mitad del siglo XVII.
“Coronación de la Virgen”.
Medidas: 500 x 234 x 56 cm aprox.
Retablo en madera tallada en altorrelieve, policromada y
dorada, enmarcado dentro de la escuela castellana de la segunda mitad del siglo
XVII. Cuenta con un marco arquitectónico profusamente decorado. La escena
central representa la coronación de la Virgen, con Dios Padre y Cristo rodeados
de ángeles. En el ático aparecen Santiago, san Pedro y san Juan, y en la
predela san Joaquín, santa Ana y Jesucristo.
El retablo queda enmarcado por dos columnas salomónicas
cubiertas por hojas de parra y racimos naturalistas, situadas sobre ménsulas
soportadas por atlantes niños. Las columnas dan apoyo al entablamento sobre el
que se alza el ático, con perfil retranqueado y dinámico, típicamente barroco,
desarrollado en torno a un motivo central de hojas de acanto de gran relieve.
En el panel principal la Virgen, arrodillada sobre un
pedestal de querubines, con las manos unidas en gesto de oración y la cabeza
humildemente inclinada, es coronada como Reina del Cielo por Cristo y Dios
Padre. El primero aparece representado como resucitado, con una túnica dorada y
bordada de motivos florales, que deja a la vista su torso desnudo, sosteniendo
una estilizada cruz dorada en su mano derecha, mientras alza la izquierda para
sostener la corona sobre la cabeza de María. Dios Padre aparece vestido con
túnica oscura, también bordada con flores, y sobre ella un manto similar al de
Cristo. Apoya su mano izquierda sobre un orbe que simboliza la universalidad de
la doctrina cristiana y del acto redentor de Jesús. Tanto Dios Padre como
Cristo aparecen sobre gruesos roleos de nubes, apoyados sobre ángeles niños de
gran naturalismo y delicadeza. Tras las figuras vemos un paisaje pintado, con
una míríada de querubines sobre el cielo y un alto horizonte con árboles de
copa redondeada. La escena queda enmarcada por una orla muy claroscurista,
típica del pleno barroco, compuesta principalmente por roleos de acanto.
Los tres santos del ático aparecen sobre pedestales ovales,
sosteniendo sus respectivos atributos iconográficos, individualizados en sus
posiciones, ropas, expresiones y rostros, sobre un paisaje pintado similar al
del panel central. En la mitad inferior del fondo, sin embargo, el paisaje
desaparece para dar paso a un fondo plano dorado de diseño reticulado, un
recuerdo de los antiguos fondos de oro de la imaginería religiosa del primer
renacimiento. Este panel queda enmarcado por una orla similar al del panel
principal, con recorte escalonado superior, allí donde el frontón curvo
rebajado que remata el retablo se abre, siguiendo una forma típica de la
arquitectura contemporánea. A ambos lados aparecen pilastras decoradas con una
gruesa talla a base de roleos de acanto y frutos.
En la predela se presenta a los tres personajes en una
escena única, no diferenciados sobre sus respectivos pedestales como ocurría en
el ático. Aquí las figuras aparecen sobre un plano de suelo con vegetación
trabajado en relieve, separados por elementos vegetales de gran tamaño, también
destacados en relieve sobre el fondo pintado, de nuevo con cabezas de
querubines en el cielo y árboles redondeados en el horizonte.
La escultura barroca española es uno de los ejemplos más
auténticos y personales de nuestro arte, porque su concepción y su forma de
expresión surgieron del pueblo y de los sentimientos más hondos que en él
anidaban. Quebrantada la economía del Estado, en decadencia la nobleza y
cargado de fuertes gravámenes el alto clero, fueron los monasterios, las
parroquias y las cofradías de clérigos y seglares los que impulsaron su
desarrollo, siendo costeadas las obras en ocasiones mediante suscripción
popular. La escultura se vio así abocada a plasmar los ideales imperantes en
estos ambientes, que no eran otros que los religiosos, en un momento en el que
la doctrina contrarreformista exigía al arte un lenguaje realista para que el
fiel comprendiera y se identificara con lo representado, y una expresión dotada
de un intenso contenido emocional para incrementar el fervor y la devoción del
pueblo. El asunto religioso es, por consiguiente, la temática preferente de la
escultura española de este período, que parte en las primeras décadas del siglo
de un prioritario interés por captar el natural, para ir intensificando
progresivamente a lo largo de la centuria la plasmación de valores expresivos,
lo que consigue mediante el movimiento y la variedad de los gestos, la utilización
de recursos lumínicos y la representación de estados anímicos y sentimientos.
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