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viernes, 15 de diciembre de 2017

Abrazo en la Puerta Dorada



 Pere Garcia de Benabarre y taller (ca. 1470-1485)
“Abrazo en la Puerta Dorada”.
Compartimiento del Retablo de la Virgen de Montañana, Huesca.
Temple y pan de oro sobre tabla. 






Medidas: 140 x 84 cm.
Obra catalogada en:
Alberto Velasco González, Pintura tardogótica a l'Aragó i Catalunya: Pere Garcia de Benavarri, tesis doctoral, Universitat de Lleida, 2015, 2 vols. Vol. 1 cat. 22, p.617 y siguientes; vol.2 fig. 275.

El monumental Retablo de la Virgen de Montañana constituye en la actualidad un complejo puzle, del que ahora sale a la luz esta interesante pieza, el Abrazo en la Puerta Dorada de Jerusalén de san Joaquín y santa Ana. Antiguas fotografías en blanco y negro, de principios del siglo XX, anteriores a la venta y dispersión del retablo, nos permiten reconstruir el programa iconográfico del conjunto y verificar la pertenencia de la obra al mismo. El relato se iniciaba con diversas escenas relativas a la Vida de la Virgen, desde la Expulsión de sus padres, Joaquín y Ana, del Templo por ser incapaces de concebir pasando por su milagrosa concepción, a su nacimiento. A continuación se incluían diversas escenas sobre la Infancia de Jesús, como la Natividad, la Epifanía o la Presentación de Jesús al Templo, en las cuales María tiene un notable papel como co-protagonista. Otro grupo de escenas plasmaba algunos aspectos de la Pasión de Cristo y los últimos momentos de su vida en la tierra, como la Última cena, la Resurrección o la Ascensión. La narración concluía con varios compartimientos dedicados al final de la vida de la Virgen: su Dormición y la Coronación de María como reina de los cielos. Este amplio conjunto iconográfico buscaba resaltar la figura de la Virgen, su importancia y los paralelismos de su ciclo vital con el de su propio hijo. Son estos paralelismos los que en parte justifican y posibilitan el papel de María como abogada del género humano, como intercesora en favor de los hombres ante su Hijo en el momento del Juicio Final. El compartimiento dedicado al Abrazo de san Joaquín y santa Ana en la Puerta Dorada evoca el momento de la concepción de María por intervención divina. Está centrado por la figura de los dos ancianos unidos en un emotivo abrazo, subrayado por el gesto del ángel que surge, en pleno vuelo, de unas nubes, y posa delicadamente sus manos sobre las cabezas de ambos personajes, transmitiendo el mensaje de Dios. San Joaquín, de barba y cabellos canos, viste como un personaje notable del siglo XV, con túnica corta y una pesada faltriquera atada al cinturón. Santa Ana, por su parte, se envuelve en tocas monjiles que cubren totalmente su cuello y cabeza, como corresponde a su condición de casada y a su avanzada edad. A la escena asiste un pastor, que porta sobre las espaldas una oveja. El personaje alude al hecho de que san Joaquín, apenado por la esterilidad de su matrimonio y expulsado del Templo judío por esta causa (pues se entendía que la esterilidad implicaba el disfavor divino), se había retirado de la ciudad, al campo donde pastaban sus ganados. Fue aquí donde recibiría el anuncio de un ángel de su próxima milagrosa paternidad. Al fondo del compartimiento, en un detalle lleno de naturalismo, puede verse un grupo de ovejas que pastan sobre las verdes colinas. Tras santa Ana aparece una mujer. Se trata de una sirvienta o dama de compañía, que muestra su maravilla ante el hecho sagrado con un expresivo gesto de las manos. La escena tiene lugar, siguiendo la narración de diversos evangelios apócrifos y recopilaciones hagiográficas, en una de las entradas monumentales de la antigua ciudad de Jerusalén, la conocida como Puerta Dorada, que en la pintura toma la forma de un gran portón con arco de medio punto, flanqueado por murallas y torreones de aspecto gótico.
En función de su composición y estilo, la pieza puede atribuirse al taller de Pere García de Benavarre, documentado en Zaragoza, Benabarre, Barcelona, Lleida y otras localidades entre 1445 y 1485. El compartimiento muestra una distribución de los elementos similar a la misma escena del retablo mariano de Peralta de la Sal o a la del Retablo de santa Ana de Ainsa. El estilo, algo apresurado, no excesivamente minucioso, con un diseño de los personajes esquemático y un tratamiento sumario del paisaje, indican que el artista contó, en este monumental retablo, con la colaboración intensiva de miembros de su taller, probablemente, entre otros, con el denominado Maestro de Viella (tal vez Bartomeu García) y Pere Espallargues, las dos personalidades que por ahora podemos individualizar en un obrador que debió ser muy diverso.
Observaciones:
La esquina superior izquierda presenta una zona añadida, probablemente el resultado de adaptar un compartimiento de remate triangular, que presentaba esta forma para adaptarse a su localización original, a un formato rectangular a principios del siglo XX, cuando la pieza entró en el mercado de antigüedades. La zona añadida puede distinguirse con claridad tanto en la fotografía del reverso, donde se aprecia también la carpintería original, como en lo que respecta a la superficie pictórica. A parte de este añadido, la pintura presenta algunos pequeños retoques y faltas, pero conserva una notable integridad general. El marco es neogótico, obra de la primera mitad del siglo XX.

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